No, no se trata de una mención de mal gusto hacia uno de los físicos más grandes de la historia. Schrödinger no solo era uno de los más inteligentes sino que además no tenía ninguna duda sobre la realidad objetiva, la intuición, el sentido común y la razón al servicio de la ciencia. Hablar de su función de onda es hablar de lo más elemental que se conoce sobre la materia, pero si todo está hecho de materia deberíamos comprender que estamos arañando la naturaleza misma de la realidad, el origen de las preguntas fundamentales que siempre nos hemos hecho desde que somos conscientes de nuestra existencia.
“Soy yo”, me digo a mí mismo delante
de un espejo, pero si me pregunto qué soy, entonces creo que nunca lo entenderé
si no busco raíces en el origen más primitivo de la materia. Schrödinger era un
humanista, consciente de sutiles interconexiones entre la física y la realidad
que nos envuelve, y su función de onda bien merecía el calificativo de una
síntesis matemática de todo lo que es. Sin embargo es cierto que su ecuación,
esa función de onda que todavía mantiene palpitando el corazón de la mecánica
cuántica, pronto perdió su apellido al dejar de ser una onda de materia y convertirse
en onda de probabilidad.
Su ecuación acabó sirviendo a otros
amos con otras intenciones y otra forma de pensar, pero aquella cesión oficial
y ortodoxa no la reconoció nunca como definitiva, simplemente lo aceptaba como
solución temporal, como la opción menos mala de todas las ocurrencias de su
época. En este artículo veremos la verdadera historia de una ecuación con alma
que terminó siendo una estúpida herramienta de cálculo, una ecuación
experimental que cambia la realidad que hay más allá de las partículas por…
¡Sí!, ¡sí!... ¡ondas de probabilidad!
La primera ecuación o función de
onda de Schrödinger no tenía nada que ver con probabilidades, era más bien una
distribución en el espacio de la masa o de la carga eléctrica de una partícula,
y coincidía sorprendentemente bien con los resultados experimentales. Sin
embargo se trataba de una función compleja y era imposible encontrar una función
igual de buena pero real. En matemáticas, cuando la solución de un problema es
un número complejo, significa que dicha solución no sirve en la vida real y se
desecha. Si la función tenía que ser compleja, era como si estuviera diciendo
que las partículas son entes imaginarios que oscilan en un plano desconocido de
la realidad. El inconveniente se salvaba mediante la densidad de onda, que se
calculaba como el cuadrado del módulo de la amplitud. No importa el detalle
matemático, lo bueno era que la densidad de onda ya era una función real, y
representaba cómo se desparramaba una partícula en el espacio, bien su masa o
su carga eléctrica. Como la densidad tenía un pico muy pronunciado, la
partícula estaría especialmente compactada sobre una posición concreta del
espacio.
Max Born dio solución a ese problema basándose en el simple concepto de probabilidad. Por ejemplo cuando se lanza un dado de 6 caras, la probabilidad que corresponde al 1 es 1/6, y lo mismo al 2, al 3, al 4, al 5 y al 6. La suma de todas será 1/6 + 1/6 + 1/6+ 1/6 + 1/6+ 1/6 = 1. Cuando se suman las probabilidades de cada suceso posible, el resultado es siempre la unidad. De la misma forma, si una partícula existe siempre completa y tiene que aparecer en algún pequeño trocito del espacio, entonces cada trocito de espacio tiene cierta probabilidad de contener a la partícula, y sumando la de todos los trocitos del espacio el resultado también será uno. El valor de probabilidad asignado a cada trocito estará definido por una función que distribuye la probabilidad, y Born supuso que la densidad de onda podía ser precisamente eso.
Sin embargo, cuando se van sumando
los valores de la densidad de onda hasta cubrir todo el espacio, normalmente no
se obtiene el valor uno, pero Born se dio cuenta de que una solución de
cualquier función de onda se podía multiplicar por cualquier valor real y el
resultado también era solución de la función de onda. Eso permitía obtener
cualquier valor de conveniencia, y por supuesto también el valor uno, el que
necesitaba para convertir la densidad de onda en una distribución de
probabilidad. El proceso que permite hacer eso se conoce como “normalizar la
función”.
De esa forma cambiaba el concepto de
partícula distribuida por la probabilidad de encontrarla en el espacio, y
entendía que la función de onda dejaba de ser correcta en el momento de la
observación porque era semejante a tirar el dado, a sacar un resultado. Cuando
dicho resultado ha sido extraído es necesario volver a preparar el experimento
para una nueva observación, lo mismo que se debe recoger y agitar el dado para
la siguiente tirada. Así explicaba Born que la observación altera la función de
onda y la colapsa, así explica la mecánica cuántica que las partículas aparecen
cuando las ondas de probabilidad se colapsan.
Todo eso está muy bien, se puede
entender que la función de onda no contiene la información de lo que es una
partícula sino la información que probablemente se medirá. Dicho de otra
manera, es una herramienta de predicción basada en probabilidades que deja al
margen el origen real de tales probabilidades. Einstein y el propio Schrödinger
entendían así el significado de la función de onda, lo aceptaban como una
herramienta provisional hasta que pudiera encontrarse una verdadera descripción
de las partículas. Sin embargo, Born ya manifestaba que prefería entender a la
función de onda como la descripción de algo real, es decir, que prefería reconocer
una naturaleza probabilística de la materia y olvidarse de cualquier otra realidad.
Las ondas de probabilidad, sin causa, pronto fueron adoptadas como legítimas
por Niels Bohr en la ortodoxa interpretación de Copenhague, su lugar de
nacimiento.
¿De verdad no existe otro camino y
debemos aceptar que todo surge de fluctuaciones de la nada, por casualidad? Las
universidades enseñan que todo eso deja de ser un problema cuando se acepta,
que se puede seguir adelante sumergido en el abstracto mundo matemático, que no
hay otro camino, que la realidad es tan absurda que nadie la puede comprender,
y se ha demostrado tantas veces y de tantas formas, que nadie aprenderá física
cuántica si decide quedarse anclado en las preguntas y misterios del cuarto
oscuro de la ciencia. Definitivamente, la mecánica de las probabilidades se
había convertido en el nuevo espíritu de la física, los grandes que tanto
habían aportado eran constantemente acallados por las frecuentes demostraciones
experimentales, y la magia de Alicia en el país de las maravillas terminaba
siendo real en el mundo de las partículas.
La historia de la ecuación de Schrödinger tiene un aspecto muy diferente desde su propio punto de vista. Ya era un hecho que la luz también respondía como partículas, y las partículas como las ondas, de modo que su propósito era juntar esas dos realidades incompatibles, pues él y todos los demás tenían muy claro que la dualidad onda-partícula era un profundo pozo de ignorancia. Realmente nadie sabe qué es una partícula, todo lo que se conoce son propiedades de un “algo”, pero no ese “algo” en sí mismo. Las propiedades pueden medirse o detectarse, como por ejemplo masa, carga eléctrica, espín, y muchas otras. En base a esos datos que permiten distinguir a unas partículas de otras, Schrödinger buscaba relaciones que permitieran predecir futuros estados de las partículas. Pero si como acabo de decir, no se sabe lo que de verdad son las partículas, tampoco sabemos qué información es importante y cuánta se necesita.
Por suerte para Schrödinger, el matemático David Hilbert ya se había encargado de las transformaciones que convierten espacios de dos y tres dimensiones en espacios con cualquier número de dimensiones, así que finalmente consiguió lo que parecía imposible, crear un híbrido matemático de onda que también era partícula, o de partícula que también era onda. Pero no debemos pensar que las ondas de su ecuación se propagan en nuestro espacio de tres dimensiones, es en el espacio de Hilbert donde se propagan, tal vez en una realidad paralela muy extraña, o tal vez en el imaginario y abstracto mundo de las matemáticas.
Una cosa debería quedar muy clara,
que un desarrollo tan complicado jamás conduciría hacia ningún modelo correcto
de la materia, a menos que todos y cada uno de sus pasos fueran
escrupulosamente correctos, o completamente análogos con la realidad. Eso
sugiere que la idea original de Schrödinger debería ser buena con una
probabilidad altísima, y esa idea nos habla de ondas que tienen inercia como si
fueran partículas, porque deben ser ambas cosas. Cambiar esa idea por algo tan
diferente como una onda de probabilidad, sin nada real que se propague, no
hubiera servido para seguir desde un principio los razonamientos de Schrödinger.
Es mucho más probable que las ondas con inercia existan de verdad, aunque nos
falte algo de comprender para explicar los choques entre partículas.
La ecuación de Schrödinger es la
clave para intentar comprender nuestra disparatada realidad, pero resulta que
algunos libros la desarrollan solamente con razonamientos aproximados, y otros
la utilizan directamente sin demostración previa. Después de mucho buscar,
efectivamente recibí un premio a la perseverancia cuando por fin encuentro que
la ecuación de Schrödinger no se demuestra, “se postula”.
Efectivamente, el desarrollo
original tuvo que haber sido grandioso pero nunca llegó a ser una demostración,
y si además ignoramos que fue motivado con el propósito real de fundir en una
sola cosa a las ondas y a las partículas, todo lo que nos queda sobre la
función de onda es que fue una ocurrencia feliz, así, ¿sin más? En ese caso,
todo lo que les queda a los que siguen creyendo en las ondas de probabilidad,
toda la ciencia en la que se basan, es una ocurrencia feliz. La materia en
última instancia ¿es una ocurrencia feliz de un físico llamado Max Born?
Así es, la ciencia tiene un cuarto
oscuro donde se guardan muchas preguntas y muchos misterios que molestan a las
mentes más ortodoxas, preguntas y misterios que se han esquivado con
estrategias tan ingeniosas como las ondas de probabilidad. La ecuación de
Schrödinger sigue siendo uno de los grandes misterios, por su historia,
significado, importancia, y desde luego por ser la principal fuente de
discordia en el conocimiento de la materia. De todas formas, alguna verdad
profunda y misteriosa está implícita en esa ecuación, no puede ser casualidad
que sea tan coherente con el disparatado mundo de las partículas.
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