viernes, 22 de enero de 2016

1.- Lo que no cuentan los libros.


Dicho así, a primera vista, no existe ningún libro ni procedimiento educativo que nos enseñe a ser mejores personas. Es evidente que los conocimientos nos hacen más competentes en cualquiera de las profesiones, pero lo más importante de nuestra educación no puede ser la competencia, pues tarde o temprano terminará clasificándonos como vencedores o vencidos. Los libros y los maestros nos cuentan muchas cosas que se transmiten de generación en generación, así que hay unas tradiciones y una cultura de fondo que apenas cuestionamos pero que pueden estar atentando contra nosotros mismos y la naturaleza, y puede haber muchos interesados en que las cosas no cambien, ya sabes, los vencedores de una guerra que nunca se ha declarado pero tan real como la vida misma.

            Piensa un poco, puedes aprenderlo todo sobre finanzas para terminar arriesgando el dinero de tus clientes y no el tuyo, y si algo sale mal no importa porque has aprendido a esconder que tus clientes asumen el riesgo. Puedes aprenderlo todo sobre imagen y terminar vendiéndote a los charlatanes que mejor paguen, ¿no te parece triste que un solo minuto de televisión cueste una fortuna y sin embargo esté casi llena de basura y charlatanes? No, no vale la pena seguir por ahí porque nos ponemos tristes, pero tal vez sí que vale la pena entender una cosa, que los que mejor saben lo que hay no siempre van a ser los mejores consejeros, y que por mucho que apelen a la ciencia para demostrar que tienen razón, más nos vale aprender a pensar por nosotros mismos. En todas las ramas del conocimiento es así, todo está dominado por determinadas formas de pensar que favorecen a unos y perjudican a otros, ¿no crees?

Yo creo que sí, y no solo en lo que favorece la injusticia social, también creo que la fuente misma del conocimiento y la razón está corrompida por determinadas formas de pensar dominantes, condicionantes históricos y culturales que solo se borran cuando mueren los responsables de la doctrina que nos mantiene anclados en la ignorancia. Y en estos tiempos de ciencia y tecnología, ¿de verdad seguimos atados a la ignorancia como en los tiempos de Galileo, cuando se creía que la Tierra era el centro del Universo?

            Bueno, las cosas no han progresado tanto como parece. Cuando llegué a la universidad suponía que la profesora de física respondería por fin a una vieja pregunta… ¿Por qué nos mantenemos pegados a la Tierra? Nunca esperé una respuesta razonable de la gente sin estudios que siempre me había rodeado, ni siquiera de mis maestros, pero aquella profesora era licenciada en física y tenía que saberlo casi todo de la gravedad. Sí, sí, Newton lo expresó como una fuerza que aumenta con las masas y disminuye con el cuadrado de la distancia, ¿pero que significaban realmente aquellos garabatos?


             Casi no tuve tiempo de pensarlo cuando me lo hizo entender todo de repente, diciendo que aquellos garabatos eran una fórmula “experimental”. Así comprendí que podía llegar a calcular la trayectoria exacta de cualquier sonda espacial, pero nunca sabría de verdad por qué nos mantenemos pegados a la Tierra. ¿Se entiende? No es que los libros no sirvan, es que siempre comienzan con fórmulas experimentales, principios, postulados, hipótesis, axiomas…

Decir que una fórmula es experimental es como decir que funciona pero no se sabe por qué, ni cuál es la realidad que lo hace funcionar. ¿Sabías que la función de onda, la ecuación más fundamental de la mecánica cuántica, no se demuestra sino que se postula? Bien, eso quiere decir que se conoce una ecuación impecable para describir a lo más profundo y elemental de la realidad física, pero nadie sabe de dónde sale ni lo que significa, así que la ciencia de la materia, de la que todo está hecho, es más o menos como la ciencia del burro flautista, el que de un resoplido hizo sonar una flauta “por casualidad”. ¿Sabías que la equivalencia entre masa y energía solo es un principio, y que sucede lo mismo cuando hablamos de la constancia de la velocidad de la luz? Pues eso significa que toda la física nuclear está basada en una ley experimental, en esa famosa fórmula que nos dice que la energía de la materia es masa por el cuadrado de la velocidad de la luz, así que ya sabemos que no sabemos nada del origen de la materia y la energía. También sabemos que tampoco se ha explicado por qué la velocidad de la luz tiene que ser una constante universal, y con eso queda claro que nadie sabe realmente por qué se dilata el tiempo, porqué se contraen las distancias y por qué aumenta la masa de las cosas en la dirección en la que se mueven.

            Es en el nombre de la ciencia que algunos intentan acallar nuestra decepción, diciendo que las cosas avanzan lentamente pero con paso firme. Se nos dice que todo va por buen camino pero es mentira, pues es evidente que no sabemos nada sobre la verdadera realidad, que hay muchos interesados en perjudicar la libertad para pensar, que la ciencia se apoya en postulados de barro que algún día nos pasarán factura, y que todo lo han convertido en una competición de locos, al alcance de las mentes más abstractas y matemáticas del mundo pero incapaces de imaginar el verdadero significado de las cosas. Si algún día te decepcionas por haber aprendido las lecciones tal como te las van a contar, recuerda que al menos yo, te lo advertí.

Newton no hubiera imaginado nunca su ecuación de la gravedad si solo hubiera buscando una fórmula experimental, son los que dictan la historia los que a veces prefieren ignorar las verdaderas motivaciones, porque tienen fallos, y es así como también se olvida lo que hay de verdad en los razonamientos originales. Hoy se explica la gravedad como Einstein la imaginó, sin las acciones instantáneas y a distancia de las que Newton solo podía responsabilizar a Dios. La relatividad general de Einstein hace responsable a la materia de curvar el espacio y el tiempo a su alrededor. ¿Pero cómo es que algo tan volátil como el vacío puede sujetar a la Tierra sobre una trayectoria curva en torno al Sol?, ¿y cómo es que la materia del Sol puede curvar a distancia el sendero de vacío que recorre la Tierra? Brillante analogía pero tan inverosímil como meter a Dios en el juego, ¿verdad? Nadie sabe todavía cómo se relaciona tan estrechamente la materia y el vacío más absoluto, y eso significa que nadie sabe de verdad qué es la materia, ni cómo es posible que nos mantengamos pegados a la Tierra. ¿Pero sabes lo que decepciona mucho más todavía? Pues estar seguros de que la verdadera historia de la ciencia comparte morada con los magufos y los charlatanes, los herejes del siglo XXI que se ocultan en el cuarto oscuro de la vergüenza.

En una escala macroscópica se pueden decir muchas cosas de la materia, pero a su verdadero significado solo nos acercamos cuando experimentamos con partículas, con pedacitos de materia que impactan como balines infinitesimales. Llega un momento en el que se pierde su pista como si no tuvieran movimiento continuo, desapareciendo en la nada y apareciendo de nuevo en una posición y con una velocidad indeterminadas. Y si pensamos que solo se trata de una incertidumbre de medida estamos equivocados, se trata de una indeterminación real y bien verificada que dio lugar al principio de indeterminación de Heisenberg, un principio fundamental en física cuántica.

           Definitivamente no vemos partículas, solo huellas de su presencia indeterminada, y si miramos un poco más allá nos damos cuenta de que tampoco son trocitos independientes de materia, son un todo indivisible que se comporta como las ondas y se burla de los límites del espacio y del tiempo. Pero si la materia es la base de todo lo que llamamos “realidad”, entonces no hay duda de que tarde o temprano tenemos que aprender a entenderlo todo de nuevo. Y si pensamos que toda esa magia de Alicia en el país de las maravillas es propia solo de las partículas, volvemos a estar equivocados porque ya se conocen fantasmales efectos macroscópicos y a distancia, como diría Einstein.

Se ha demostrado que los recuerdos no son algo localizado en partes concretas del cerebro, que de alguna manera están distribuidos y compartidos por todas las neuronas, como un todo que no se puede comprender como partes independientes. Se ha demostrado que las moléculas de ADN dispersan los fotones de un láser, y lo siguen haciendo durante semanas incluso cuando el ADN ha sido retirado de la cámara de dispersión. Se ha demostrado que una solución ultra diluida de histamina funciona sobre los basófilos de la sangre como si de verdad hubiera histamina. Se ha demostrado que todas las células vivas emiten y absorben luz ultra débil pero coherente, algo que solo es propio de partículas entrelazadas como se sabe por la física cuántica. Luz láser, hilos superconductores, helio superfluido y condensados de Bose-Einstein, son claramente fenómenos cuánticos a escala macroscópica.

Leyendo un artículo sobre no localidad cuántica recuerdo un comentario que por entonces me sacaba de mis casillas, diciendo en tono de celebración que la razón había muerto. Ahora comprendo que no le faltaba una parte de verdad, porque la ciencia experimental no deja de probar una serie de principios que son absurdos para lo que todavía es nuestra forma de pensar. El principio de NO LOCALIDAD nos dice que dos partículas entrelazadas pueden comunicarse a distancia de forma instantánea, o al menos mucho más rápido que la luz. Igualmente, cuando está presente un detector de medida o de forma general cualquier elemento de observación, el observador queda integrado en el experimento como algo inseparable y entrelazado que afecta de forma inmediata. La realidad tiene que ser así, pero nadie sabe cómo es posible que existan vínculos instantáneos entre todas las cosas.

Los primeros físicos de la mecánica cuántica intentaron por todos los medios recuperar aquella razón en crisis, pero la tremenda paradoja de las partículas, que siempre parecían saber por anticipado las intenciones del observador, y se mostraban como ondas o como partículas, pronto terminó con la paciencia de los grandes físicos que no supieron rellenar ese misterioso agujero de ignorancia. Así fue como se hizo famosa la frase “calla y calcula”, así murió la razón porque ya nadie quería gastar su tiempo imaginando nuevos pero alocados modelos de materia, de realidad. Aunque hay una interpretación oficial sobre la mecánica cuántica, siendo Niels Bohr su principal artífice, han sido tantas las discrepancias y discusiones que Richard Feynman no dudó en reconocer que nadie comprende el verdadero alcance y significado de la mecánica cuántica.

Así están las cosas en la física moderna, tan llena de laberintos y paradojas que caben desde las interpretaciones más oficiales y rectas hasta las hipótesis más beligerantes y retorcidas, y con esto no pretendo decir en absoluto que lo recto sea bueno y lo retorcido malo, de hecho me gustaría recordar que las grandes revoluciones de la ciencia no se recuerdan precisamente por seguir los caminos marcados, más bien se recuerdan porque hicieron añicos a viejas formas de pensar, y es ahora precisamente cuando la interpretación de la realidad está hundida en la crisis más profunda de la historia, ¿qué podemos hacer, dejar que la ciencia y la tecnología sigan adelante pero con la razón anclada en el abstracto mundo de las matemáticas?

          Richard Feynman aconsejaba que nadie gastara su tiempo imaginando qué son realmente las partículas, pues él mismo y otros muchos físicos casados con la mecánica cuántica ya lo habían intentado a rabiar, y nada de nada. ¿Nos están diciendo que no podemos porque carecemos del conocimiento matemático y no somos lo bastante listos para intentarlo? ¿De verdad nos vamos a dejar engañar con ese argumento? Si los cerebros más privilegiados del mundo no lo han conseguido, ¿no podría ser porque se han acostumbrado demasiado a los razonamientos abstractos que son propios de las matemáticas? Si nuestra mente fuera matemática resolvería enormes cálculos mucho más rápido que los ordenadores, pero no es así, y tampoco registramos lo que vemos como una secuencia ordenada de cálculos, no hay ecuaciones en nuestra mente a menos que la entrenemos para ello, hay más bien un ingente almacén de datos y pensamientos entrelazados mediante una increíble red de conexiones, y basta con un detalle insignificante para que salte como un rayo toda la información relacionada desde todas partes del inmenso almacén.

Nuestro cerebro funciona de un modo que recuerda mucho el entrelazamiento cuántico, y precisamente Richard Feynman investigó en ese campo y lo defendió de forma incondicional. Si alteramos la forma natural del cerebro para investigar un problema, haciéndolo trabajar en modo matemático, por decirlo de alguna forma, no parece improbable que una solución sencilla se convierta en algo imposible. No faltan experimentos que demuestran algo parecido, en los que un sujeto resuelve repetidamente problemas que necesitan el mismo tipo de estrategia, y cuando alcanza un alto nivel de complejidad ya no consigue resolver algo sencillo si necesita una estrategia diferente, antes debe hacer un largo descanso y desconectar de todo lo que aprendió.

Ya es un hecho probado que varias partículas pueden sincronizarse de forma que sus reacciones parecen ser instantáneas, sin que importe su distancia, y también está probado que cualquier observador, o cualquier dispositivo de medida, afectan a un sistema de partículas de tal forma que ya no se puede considerar aislado. Esa influencia tiene las mismas características que un entrelazamiento a distancia, y más extraño aún es que parece anticiparse en el tiempo, como si el observador ya hubiera hecho algo que todavía no ha decidido, o si se prefiere como si las partículas adivinasen por anticipado lo que hará el observador. Así pues, la realidad que parece estar hecha de partículas de materia, no es más que nuestra forma de observar un extraño mundo repleto de locuras y paradojas que todavía no sabemos encajar.

Sin embargo hay muchos que oficialmente siguen llamando realidad a todo lo que surge del “quanto”, en referencia a las partículas y a los fotones de la luz. En consecuencia para ellos, la realidad no existe en sí misma porque las partículas aparecen solo cuando se observan, y cuando no es así, la teoría predice que estarán como disueltas en un estado de superposición, como si estuvieran probando todos los caminos posibles a la vez. Hablan por lo tanto de probabilidad que se reparte por todo el espacio y que se propaga como las ondas. De ese modo, los más ortodoxos físicos de la mecánica cuántica se pueden quedar tranquilos, porque convierten todas las locuras y paradojas de la realidad en inofensivas probabilidades, sintetizadas en una ecuación a la que llaman “función de onda”. Dicen así que la realidad se crea por el acto de observar, ya que las partículas se crean teóricamente justo cuando son observadas, y en cualquier otro momento no existen partículas localizadas sino ondas de probabilidad, o si se prefiere, infinitos clones de cada partícula experimentando a la vez las infinitas posibilidades.

La mecánica cuántica es por lo tanto una teoría no local y no realista. Es no local porque trata con vínculos no locales entre partículas entrelazadas y entre partículas y observador, o dispositivo de medida. Recordar que los vínculos no locales tienen efecto a cualquier distancia y de forma instantánea. No es una teoría realista porque solo atribuye realidad a las partículas cuando las ondas de probabilidad colapsan debido a la observación. Y eso es todo, si no hay realidad más allá de las partículas, tampoco habrá nada extraño que necesite una explicación, de forma que los físicos pueden dedicarse tranquilos a predecir con el mayor acierto posible lo que pasará, aunque no tengan ni la más remota idea de la causa que habrá detrás de sus probabilidades.

           Por desgracia es verdaderamente difícil imaginar ese lado oculto de la realidad, y aunque no somos pocos los que criticamos el desaire de las probabilidades sin causa, desde la física oficial nos acribillan fácilmente con argumentos incuestionables pero que huelen a rancio. Si no tenemos una teoría más exacta que la mecánica cuántica, mejor para ellos, pero es que no se trata de competir en su terreno sino de hacer lo que ellos no quisieron hacer hace ya mucho tiempo, seguir buscando la verdad, y allá se las arreglen los que se contentan con ese atajo tan ingenioso pero tan superficial que se llama mecánica cuántica.



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