Dicho así, a primera vista, no
existe ningún libro ni procedimiento educativo que nos enseñe a ser mejores personas.
Es evidente que los conocimientos nos hacen más competentes en cualquiera de
las profesiones, pero lo más importante de nuestra educación no puede ser la
competencia, pues tarde o temprano terminará clasificándonos como vencedores o
vencidos. Los libros y los maestros nos cuentan muchas cosas que se transmiten de
generación en generación, así que hay unas tradiciones y una cultura de fondo
que apenas cuestionamos pero que pueden estar atentando contra nosotros mismos
y la naturaleza, y puede haber muchos interesados en que las cosas no cambien,
ya sabes, los vencedores de una guerra que nunca se ha declarado pero tan real
como la vida misma.
Yo creo que sí, y no solo en lo que
favorece la injusticia social, también creo que la fuente misma del
conocimiento y la razón está corrompida por determinadas formas de pensar
dominantes, condicionantes históricos y culturales que solo se borran cuando
mueren los responsables de la doctrina que nos mantiene anclados en la
ignorancia. Y en estos tiempos de ciencia y tecnología, ¿de verdad seguimos atados
a la ignorancia como en los tiempos de Galileo, cuando se creía que la Tierra
era el centro del Universo?
Casi no tuve tiempo de pensarlo cuando me lo hizo entender todo de repente, diciendo que aquellos garabatos eran una fórmula “experimental”. Así comprendí que podía llegar a calcular la trayectoria exacta de cualquier sonda espacial, pero nunca sabría de verdad por qué nos mantenemos pegados a la Tierra. ¿Se entiende? No es que los libros no sirvan, es que siempre comienzan con fórmulas experimentales, principios, postulados, hipótesis, axiomas…
Decir que una fórmula es
experimental es como decir que funciona pero no se sabe por qué, ni cuál es la
realidad que lo hace funcionar. ¿Sabías que la función de onda, la ecuación más
fundamental de la mecánica cuántica, no se demuestra sino que se postula? Bien,
eso quiere decir que se conoce una ecuación impecable para describir a lo más
profundo y elemental de la realidad física, pero nadie sabe de dónde sale ni lo
que significa, así que la ciencia de la materia, de la que todo está hecho, es
más o menos como la ciencia del burro flautista, el que de un resoplido hizo
sonar una flauta “por casualidad”. ¿Sabías que la equivalencia entre masa y
energía solo es un principio, y que sucede lo mismo cuando hablamos de la
constancia de la velocidad de la luz? Pues eso significa que toda la física
nuclear está basada en una ley experimental, en esa famosa fórmula que nos dice
que la energía de la materia es masa por el cuadrado de la velocidad de la luz,
así que ya sabemos que no sabemos nada del origen de la materia y la energía.
También sabemos que tampoco se ha explicado por qué la velocidad de la luz
tiene que ser una constante universal, y con eso queda claro que nadie sabe
realmente por qué se dilata el tiempo, porqué se contraen las distancias y por
qué aumenta la masa de las cosas en la dirección en la que se mueven.
Newton no hubiera imaginado nunca su
ecuación de la gravedad si solo hubiera buscando una fórmula experimental, son
los que dictan la historia los que a veces prefieren ignorar las verdaderas
motivaciones, porque tienen fallos, y es así como también se olvida lo que hay
de verdad en los razonamientos originales. Hoy se explica la gravedad como
Einstein la imaginó, sin las acciones instantáneas y a distancia de las que
Newton solo podía responsabilizar a Dios. La relatividad general de Einstein
hace responsable a la materia de curvar el espacio y el tiempo a su alrededor.
¿Pero cómo es que algo tan volátil como el vacío puede sujetar a la Tierra
sobre una trayectoria curva en torno al Sol?, ¿y cómo es que la materia del Sol
puede curvar a distancia el sendero de vacío que recorre la Tierra? Brillante
analogía pero tan inverosímil como meter a Dios en el juego, ¿verdad? Nadie
sabe todavía cómo se relaciona tan estrechamente la materia y el vacío más
absoluto, y eso significa que nadie sabe de verdad qué es la materia, ni cómo
es posible que nos mantengamos pegados a la Tierra. ¿Pero sabes lo que
decepciona mucho más todavía? Pues estar seguros de que la verdadera historia
de la ciencia comparte morada con los magufos y los charlatanes, los herejes
del siglo XXI que se ocultan en el cuarto oscuro de la vergüenza.
En una escala macroscópica se pueden
decir muchas cosas de la materia, pero a su verdadero significado solo nos
acercamos cuando experimentamos con partículas, con pedacitos de materia que
impactan como balines infinitesimales. Llega un momento en el que se pierde su pista
como si no tuvieran movimiento continuo, desapareciendo en la nada y
apareciendo de nuevo en una posición y con una velocidad indeterminadas. Y si
pensamos que solo se trata de una incertidumbre de medida estamos equivocados,
se trata de una indeterminación real y bien verificada que dio lugar al
principio de indeterminación de Heisenberg, un principio fundamental en física
cuántica.
Se ha demostrado que los recuerdos
no son algo localizado en partes concretas del cerebro, que de alguna manera
están distribuidos y compartidos por todas las neuronas, como un todo que no se
puede comprender como partes independientes. Se ha demostrado que las moléculas
de ADN dispersan los fotones de un láser, y lo siguen haciendo durante semanas
incluso cuando el ADN ha sido retirado de la cámara de dispersión. Se ha demostrado
que una solución ultra diluida de histamina funciona sobre los basófilos de la
sangre como si de verdad hubiera histamina. Se ha demostrado que todas las
células vivas emiten y absorben luz ultra débil pero coherente, algo que solo
es propio de partículas entrelazadas como se sabe por la física cuántica. Luz láser,
hilos superconductores, helio superfluido y condensados de Bose-Einstein, son
claramente fenómenos cuánticos a escala macroscópica.
Leyendo un
artículo sobre no localidad cuántica recuerdo un comentario que por entonces me
sacaba de mis casillas, diciendo en tono de celebración que la razón había
muerto. Ahora comprendo que no le faltaba una parte de verdad, porque la
ciencia experimental no deja de probar una serie de principios que son absurdos
para lo que todavía es nuestra forma de pensar. El principio de NO LOCALIDAD
nos dice que dos partículas entrelazadas pueden comunicarse a distancia de
forma instantánea, o al menos mucho más rápido que la luz. Igualmente, cuando
está presente un detector de medida o de forma general cualquier elemento de
observación, el observador queda integrado en el experimento como algo
inseparable y entrelazado que afecta de forma inmediata. La realidad tiene que
ser así, pero nadie sabe cómo es posible que existan vínculos instantáneos
entre todas las cosas.
Los primeros físicos de la mecánica
cuántica intentaron por todos los medios recuperar aquella razón en crisis,
pero la tremenda paradoja de las partículas, que siempre parecían saber por
anticipado las intenciones del observador, y se mostraban como ondas o como
partículas, pronto terminó con la paciencia de los grandes físicos que no
supieron rellenar ese misterioso agujero de ignorancia. Así fue como se hizo
famosa la frase “calla y calcula”, así murió la razón porque ya nadie quería
gastar su tiempo imaginando nuevos pero alocados modelos de materia, de
realidad. Aunque hay una interpretación oficial sobre la mecánica cuántica,
siendo Niels Bohr su principal artífice, han sido tantas las discrepancias y
discusiones que Richard Feynman no dudó en reconocer que nadie comprende el
verdadero alcance y significado de la mecánica cuántica.
Así están las cosas en la física
moderna, tan llena de laberintos y paradojas que caben desde las
interpretaciones más oficiales y rectas hasta las hipótesis más beligerantes y retorcidas,
y con esto no pretendo decir en absoluto que lo recto sea bueno y lo retorcido
malo, de hecho me gustaría recordar que las grandes revoluciones de la ciencia
no se recuerdan precisamente por seguir los caminos marcados, más bien se
recuerdan porque hicieron añicos a viejas formas de pensar, y es ahora
precisamente cuando la interpretación de la realidad está hundida en la crisis
más profunda de la historia, ¿qué podemos hacer, dejar que la ciencia y la tecnología
sigan adelante pero con la razón anclada en el abstracto mundo de las
matemáticas?
Nuestro cerebro funciona de un modo
que recuerda mucho el entrelazamiento cuántico, y precisamente Richard Feynman
investigó en ese campo y lo defendió de forma incondicional. Si alteramos la
forma natural del cerebro para investigar un problema, haciéndolo trabajar en
modo matemático, por decirlo de alguna forma, no parece improbable que una
solución sencilla se convierta en algo imposible. No faltan experimentos que
demuestran algo parecido, en los que un sujeto resuelve repetidamente problemas
que necesitan el mismo tipo de estrategia, y cuando alcanza un alto nivel de
complejidad ya no consigue resolver algo sencillo si necesita una estrategia
diferente, antes debe hacer un largo descanso y desconectar de todo lo que
aprendió.
Ya es un hecho probado que varias
partículas pueden sincronizarse de forma que sus reacciones parecen ser
instantáneas, sin que importe su distancia, y también está probado que
cualquier observador, o cualquier dispositivo de medida, afectan a un sistema
de partículas de tal forma que ya no se puede considerar aislado. Esa
influencia tiene las mismas características que un entrelazamiento a distancia,
y más extraño aún es que parece anticiparse en el tiempo, como si el observador
ya hubiera hecho algo que todavía no ha decidido, o si se prefiere como si las
partículas adivinasen por anticipado lo que hará el observador. Así pues, la
realidad que parece estar hecha de partículas de materia, no es más que nuestra
forma de observar un extraño mundo repleto de locuras y paradojas que todavía
no sabemos encajar.
Sin embargo hay muchos que
oficialmente siguen llamando realidad a todo lo que surge del “quanto”, en
referencia a las partículas y a los fotones de la luz. En consecuencia para
ellos, la realidad no existe en sí misma porque las partículas aparecen solo
cuando se observan, y cuando no es así, la teoría predice que estarán como
disueltas en un estado de superposición, como si estuvieran probando todos los
caminos posibles a la vez. Hablan por lo tanto de probabilidad que se reparte
por todo el espacio y que se propaga como las ondas. De ese modo, los más
ortodoxos físicos de la mecánica cuántica se pueden quedar tranquilos, porque
convierten todas las locuras y paradojas de la realidad en inofensivas
probabilidades, sintetizadas en una ecuación a la que llaman “función de onda”.
Dicen así que la realidad se crea por el acto de observar, ya que las
partículas se crean teóricamente justo cuando son observadas, y en cualquier
otro momento no existen partículas localizadas sino ondas de probabilidad, o si
se prefiere, infinitos clones de cada partícula experimentando a la vez las
infinitas posibilidades.
La mecánica cuántica es por lo tanto
una teoría no local y no realista. Es no local porque trata con vínculos no
locales entre partículas entrelazadas y entre partículas y observador, o
dispositivo de medida. Recordar que los vínculos no locales tienen efecto a
cualquier distancia y de forma instantánea. No es una teoría realista porque
solo atribuye realidad a las partículas cuando las ondas de probabilidad
colapsan debido a la observación. Y eso es todo, si no hay realidad más allá de
las partículas, tampoco habrá nada extraño que necesite una explicación, de
forma que los físicos pueden dedicarse tranquilos a predecir con el mayor
acierto posible lo que pasará, aunque no tengan ni la más remota idea de la
causa que habrá detrás de sus probabilidades.
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